Los seis hombres que portaron su féretro en octubre de 1669 y lo depositaron en una tumba sin nombre, del cementerio Westerkerk de Ámsterdam, lo hicieron por dinero. Concretamente, 20 florines y una propina para que repusieran fuerzas con unas jarras de cerveza en una taberna. Ni siquiera lo conocían.
Era Rembrandt van Rijn.
Considerado el artista más grande de los Paises Bajos, su figura trasciende la Historia del Arte para situarse en uno de los nombres más importantes en la Historia de la Civilización Occidental.
Había sido hijo de un molinero y una panadera de la ciudad de Leiden. Era una familia acomodada, y eso le abrió las puertas de la universidad, que abandonaría muy pronto para ingresar como aprendiz en varios talleres de artistas, destacando desde sus inicios con la representación de escenas bíblicas.
Leiden se le quedó pequeña y en 1631 se instaló en Ámsterdam, una ciudad en auge en la que pronto gozó de fama. No le faltaron encargos para retratar a los representantes de la poderosa burguesía holandesa del siglo XVI. Su virtuosismo en el uso dramático de la iluminación, ya avanzado por Caravaggio, sumado a su increíble capacidad para pintar emociones y contar historias, le convirtieron en el artista mejor pago de la época.
También cómo importante marchante de Arte, vivió en esos años una época de prosperidad económica, pero al final de sus días los reveses económicos y sus deudas, lo obligaron a subastar todas sus pertenencias: Obras, casa, colecciones de arte y hasta la tumba de su esposa Saskia. Sólo su criada Hendrickje Stoffels, permaneció a su lado.
Su Obra, es casi una biografía de éstas dos etapas en sus Autorretratos, alegres y brillantes los primeros y sombríos y profundos los segundos.
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