Hace mucho tiempo en la época colonial en la antigua Hacienda del Sauz de Cajigal, ubicada a 20 kilómetros de la cabecera municipal de Arandas, sobre la carretera Arandas-Jalpa sucedió lo siguiente…
Una mañana de agosto a principios del siglo XIX, después del desayuno con la familia, don Felipe Hernández dueño de la hacienda mandó a sus mayordomos a que le ensillaran su caballo, el Negro, porque tenía intenciones de galopar por los planes, rumbo de las lagunas, lugar misterioso donde se aparecen fantasmas y se escuchan por las noches gritos y llantos que vienen del más allá; por eso la gente a su servicio advertía la existencia de un poder maligno en los terrenos de la hacienda.
Don Felipe escéptico y confiado en sí mismo, poco tomaba importancia a esos comentarios y se fue a galopar en su caballo el Negro. Pero de todos modos esas leyendas enredaban su mente y en su interior comentaba, son puros cuentos y chismes de la gente que no quieren venir a trabajar lejos de sus casas.
Siguió cabalgando muy tranquilo, pero al querer pasar el riachuelo que conducía alas lagunas, comenzó a sentirse observado y lo envolvió un olor a azufre, el aire hacia silbar a los pequeños arbustos, su caballo comenzó a ponerse inquieto, levantaba las manos queriendo tirar al jinete, y a lo lejos se escuchó una risa macabra que se extendía por todo el potrero.
Don Felipe con cabello y pelos encrespados siguió su camino, sin embargo lo embargaba una sensación de maldad que estremecía todo su cuerpo, y el caballo desesperado corrió sin rumbo hasta llegar a cierto claro, justo donde se unen las dos lagunas. Ningún pájaro cantaba; asustado, extrañado y lleno de miedo se apeó del caballo, se detuvo, volteaba para todos lados para averiguar que pasaba.
Desesperado, rápidamente se montó en el caballo con el fin de huir, pero de pronto volvió a escuchar unos murmullos, risas y sollozos, el demonio estaba ahí, envuelto en una ventisca. El remolino que giraba a su alrededor, lo envolvió con todo y su espantado caballo, haciéndolos volar por los aires, el corcel parado sobre sus patas traseras y relinchando, totalmente aterrado reventó la rienda, tiró a don Felipe por los suelos y de inmediato una fuerte corriente de aire acompañada de esas risas infernales, levantó a don Felipe con movimientos bruscos, lanzándolo por la copa de los árboles, en lo alto don Felipe estaba aterrado y sin poder ver casi nada, ni a donde lo llevaba ese viento infernal; comenzó a orar y buscar protección celestial para librarse de ese demoniaco poder. ¡Aclamó con mayor fuerza a San José prometiéndole la construcción de una capilla en su honor si salía librado de tal tribulación!
San José atendió sus ruegos librándolo de tal poder. Las oraciones surtieron efecto, el viento disminuyó su fuerza, don Felipe cayó rodando por la ladera y al sentirse libre del terrible remolino ¡Clamó al Cielo! Pidiendo perdón de todas sus culpas.
Don Felipe cumplió su promesa, construyó la capilla en honor de San José y a unos cuantos metros de la capillita mandó labrar sobre la piedra del peñasco un asiento. Cada tarde subía y se sentaba para ver el panorama del Sauz de Cajigal con sus planes, valles y montañas, sin olvidar el lugar donde ocurrió su encuentro con el demonio.
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