José Refugio Jáureguí y Francisco López, iban subiendo penosamente con su atajo de burros por una de tantas veredas de la barranca de Huentitan, cuando de pronto escucharon gemidos, golpes y lamentaciones provenientes de entre las peñas. Se les puso la carne de gallina y lo primero que pensaron fue en correr despavoridos, porque a lo mejor se trataba de un alma en pena.
Pero luego la curiosidad se sobrepuso al miedo y acercándose un poco al lugar de donde provenían tantos gemidos y lamentos, escucharon que alguien decía: “¡Señor, ten piedad, aplaca tu ira… yo como tu humilde siervo acataré tu mandato!
Aquello era terrorífico y alucinante, porque el eco de las peñas otorgaba a los gemidos una dimensión escalofriante. José Refugio y Francisco se quedaron petrificados, mientras que sus burros, ajenos a los mundos espirituales, siguieron con su carga cuesta arriba.
Allá en el fondo, arriba de una de las peñas, de pronto apareció entre una nube de humo, un personaje extraño, vestido con traje largo, la cabeza coronada con una espinosa rama de huizache y el pecho cubierto de escapularios y rosarios.
“Hijos míos, dijo el misterioso personaje. Acérquense a mí y no teman. Yo soy Macario, enviado del Señor, para hacer penitencia y ayudar a la salvación de todos los pecadores…”
El sermón fue tan elocuente, que aquellos humildes indígenas lo consideraron un santo enviado de Dios, y lo invitaron a ir con ellos a su casa en lo alto de la barranca. Ahí le dieron alojamiento en la humilde choza y lo trataron como un auténtico profeta.
Un suceso de esta naturaleza muy pronto es conocido de todos, así que pronto llegaron hasta el lugar infinidad de curiosos y devotos de todo Guadalajara y poblaciones circunvecinas. Por doquiera se decía que en Huentitan había aparecido un santo la madrugada del 13 de julio de 1912, capaz de obrar milagros y hablar de las cosas de Dios con auténticas palabras de ángel.
Aquél año fueron frecuentes los temblores en Jalisco, Colima y Michoacán. El santo Macario, decía que era la ira de Dios que amenazaba con desatarse. Había que hacer penitencia, rezar mucho y desprenderse de los bienes superfluos que entorpecían el acercamiento con la divinidad.
Ríos de gente llegaban a diario ante sus pies. Imponía sus mugrosas manos a los enfermos, oraba por ellos implorando milagros y piedad del cielo. Daba encomiendas, imponía penitencias, enseñaba rezos, y aconsejaba a los pecadores.
Ellos a cambio le llevaban ofrendas: un poco de maíz, frijol, alguna calabaza o unas cuantas monedas.
Los indígenas que le prestaron su cabaña, sacaron toda la leña y trebejos que ahí tenían, para convertirla en una capilla, donde pusieron una rústica mesa con una imagen, y pronto todo el humilde recinto estaba lleno de velas llevadas por los peregrinos.
Pero ¿Quién era este santón de Huentitán? ¿De donde había salido? Según se supo después se llamaba Macario García. Tenía 27 años y era originario g Juchipila Zacatecas, de donde lo corrieron porque era un vivales.
Se vino a Guadalajara, donde se empleó de peón de albañil y mozo. Casi ni sabía leer ni escribir, pero sabía engatuzar a la gente, así que un día se le ocurrió convertirse en santón y por ello se fue a la barranca y armó su espectáculo escondiéndose entre unas peñas. Y al ver aquellos pobres indígenas, le prendió lumbre a las ramas secas que había reunido, más unas verdes para armar su humareda, y luego se puso a hablar como un místico. Así se inició la historia.
El santón de Huentitán comenzó a cosechar demasiada fama. Hasta los periódicos tapatíos se ocuparon de su vida y milagros, lo cual llamó la atención de las autoridades civiles y eclesiásticas, quienes tomaron cartas en el asunto.
Macario pudo escondió hábilmente su dinerito recaudado, dejando tan solo unas cuantas monedas, que dijo emplearía para ordenar unas misas por todos los enfermos; aún así fue arrestado y llevado a la cárcel de Guadalajara, donde se le encerró para seguirle un proceso.
Más de 3000 seguidores se manifestaron contra la aprensión. La muchedumbre indignada se apostó afueras del lugar donde lo tenían preso, pero no lograron que fuera liberado.
Macario permaneció en el calabozo algún tiempo, después fue liberado. Dicen que en cuanto salió de la cárcel regresó a Huentitán, desenterró su dinerito y desapareció sin que jamás nadie volviera a saber de su paradero.
Fuente :
Domi Bañuelos Cid
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