Hace muchísimos años la santa imagen perteneció a los indios de Mezquitán y que por los repetidos favores que concedía a los naturales de Huentitán, lo pedían prestado para hacerle fiesta dos veces por año.
En una de esas venidas, sucedió que de repente el cristo no se quiso ir; por más que intentaron regresarlo a su lugar de origen, fue imposible sacarlo por la puerta mayor del templo: la imagen se atravesó y nadie pudo llevarlo ya, así fue como se quedó. Otros dicen que la venerada imagen del cristo fue rescatada de las aguasdel Río Grande, en una creciente que venía de lejos aguas arriba y que así fue
como llegó y se colocó cariñosamente en la iglesia del lugar.
Ya desde tiempos del señor Alcalde, el Cristo de Huentitán tenía gran
culto y devoción. Cuando los franciscanos dejaron sus pueblos de doctrina a los clérigos seculares en 1759, éstos dieron por festejar al Señor de Huentitán, como a otros tantos crucifijos, en la fiesta del jueves de Ascensión; de
ahí su actual nombre.
Es de estilo clásico, sangrante, con las rodillas que parecen fuente de
sangre, huesos blancos que asoman por la carne desgarrada, costillas desnudas, pies y manos en posición forzada. Tallado en madera dura y pesada, como mezquite o tepehuaje, de una coloración verdosa muy obscurecida ya por la pátina del tiempo y a la vez con un barniz brillante, propio de los siglos
XI y XVII.
La herida del costado derecho es amplia y sangrante, y su cendal estofado también está tallado en la misma madera. La cruz es rolliza, formada con leños y tiene su tarja con el INRI de rigor. El rostro del cristo es algo que se graba profundamente. Los ojos bajos, opacos, entrecerrados, son los de la
agonía.
Fue restaurado por el escultor Juan José Méndez. Luce en todo su esplendor y nos hace recordar los crucifijos portugueses del siglo XVII
Fuente de Información:
Héctor Antonio Martínez González
Comentarios
Publicar un comentario