Cuentan que en un pequeño valle vivía una hermosa joven llamada Xóchitl. Era tan hermosa que todos los hombres de aquella tierra anhelaban conquistar sus encantos. Tal era su belleza que el astro rey, el Sol, quedó atrapado en ella desde la primera vez que la vio.
Todos los días, el Sol la seguía desde su casa hasta la orilla del río, donde Xóchitl permanecía sentada durante horas para peinar su hermosa y larga cabellera.
Un día, el Sol ya no pudo más; decidió bajar a la Tierra, en su forma humana, y de esa manera conquistar el corazón de Xóchitl. Por la tarde, luego de concluido su trabajo de calentar y proporcionar luz a la tierra, el Sol bajó a un lugar alejado del valle para no ser descubierto, cubriéndose con un gabán y un sombrero. Tras caminar por algún tiempo, se acercó al lugar donde vivía su amada Xóchitl, se presentó ante ella con el nombre de Tonatiuh y la joven quedó encantada de aquel hombre apuesto, decidió aceptar su invitación para verse al atardecer.
Y así transcurrieron veinte noches donde los enamorados se veían y se profesaban su amor. Atardeceres de felicidad y amaneceres donde la tristeza los devastaba por la dura despedida. Aun así, Tonatiuh, el Sol, siempre cuidaba de su amada durante el día desde su trono en el cielo; sin embargo, Xóchitl sentía curiosidad y tentación para saber de dónde provenía su amado y decidió indagar sobre él.
Fue en un atardecer, cuando el Sol desaparecía en el horizonte y después de esperar la llegada de Tonatiuh cuando, por fin, Xóchitl le preguntó su origen. Tonatiuh sólo pudo decirle que venía de un lugar muy lejano y le suplicó que no preguntara más.
Xóchitl no se conformó con esa respuesta, pero decidió que, por el momento, así dejaría las cosas mientras disfrutaban del amor que les brindaba la noche. Cuando comenzó a amanecer, el dolor volvió a sus corazones, pues llegó la hora de la despedida.
Tonatiuh comenzó su camino de regreso y Xóchitl lo seguía sin que él lo notara. Cuando el Sol llegó a una pequeña colina, se despojó de su forma y vestimenta humana y apareció el astro rey con todo su resplandor rumbo al cielo. Xóchitl se quedó ciega por aquel resplandor y, ante el temor de la oscuridad en sus ojos, comenzó a correr sin saber hacia dónde se dirigía. Sin darse cuenta cayó a un barranco donde perdió la vida.
El Sol desde su paseo por las alturas, como siempre, buscó a Xóchitl en el río pero no la encontró, tampoco estaba en su casa. El Sol afligido buscó por todas partes hasta que llegó al barranco donde encontró el cuerpo sin vida de su amada Xóchitl.
Fue tan grande su dolor y su tristeza que el Sol se detuvo por un instante y, a sabiendas que no podía regresarla a la vida, lo único que pudo hacer fue acariciarla con sus rayos de luz. De sus ojos brotó una lágrima que cayó en la frente de Xóchitl y de ahí surgió una flor amarilla con veinte pétalos.
Desde entonces a esa flor se le conoce como "flor de muerto" o cempasúchil -del vocablo náhuatl cempoalxóchitl- que simboliza el triunfo del amor sobre la muerte, la luz en la oscuridad y sus pétalos representan los días de intenso amor entre Xóchitl y Tonatiuh.
Comentarios
Publicar un comentario