En los tiempos de la Guerra Cristera cuando en Unión de San Antonio, por las inmediaciones de la Presa de la Garza, vivía un hombre muy rico, quien además de poseer muchas tierras y ganado, atesoraba con una vehemencia casi religiosa miles de monedas de oro y joyas finas que había heredado de sus
antepasados.
Atemorizado por los constantes
saqueos que había en los alrededores, debido a la Gesta Cristera, pensó en resguardar su tesoro para evitar que se lo fueran a robar. Sin mayor tardanza, llamó a dos de sus trabajadores y les ordenó matar al toro más grande y bravo que hubiera en los corrales y les indicó que le quitaran el cuero y lo pusieran a secar. Mientras tanto, él llevó a otros cuatro de su peones,los más fuertes y mejores para trabajar, a cavar un hoyo entre la arboleda que se encontraba a poca distancia de la casa grande.
Se dicen que hicieron un pozo tan grande y profundo que podían caber más de veinte hombres.
A la noche siguiente, el hombre rico
mandó traer a los seis trabajadores y los puso a coser el cuero del toro, de tal modo que quedara formado el cuerpo del animal, indicándoles que debían dejar un orificio en la parte superior como si fuera
alcancía; una vez cosido, los hizo llevarlo hasta el cuarto donde tenía guardadas las monedas y las joyas, y les pidió que las metieran en el cuero.
Alrededor de la media noche, ya
habían formado un imponente toro
repleto de oro, entonces le metieron unos palos por debajo, formando una especie de camilla para poder cargarlo; con él a cuestas y el rico al frente, se dirigieron hacia el pozo que habían cavado, era una noche sombría, en el cielo no brillan ni la luna, ni las estrellas por lo que cada peón llevaba un vela en la mano para poder distinguir el oscuro camino.
Al llegar al lugar, el amo les ordenó que arrojaran el toro al hoyo, para enterrarlo; más de un trabajador, vislumbró la idea de que podría volverse rico, si a escondidas
regresaba después a desenterrar el
tesoro; pero justo en el momento que lo estaban aventando, el patrón sacó su pistola y sin darles tiempo de nada, les disparó, matándolos al instante; luego, uno a uno los echó al pozo, enterrándolos junto con su riqueza. Mientras los cubría de tierra, invocó al diablo, maldiciendo al lugar, las monedas y a las joyas.
–Nadie podrá apoderarse de mi tesoro. Estos seis muertos y este toro bravo lo defenderán por siempre, su espíritu será un feroz guardián.Una de las criadas del hombre rico, que los había seguido, presenció todo a la distancia, pero por miedo de correr la misma suerte que los trabajadores, nunca dijo una sola palabra, sino hasta mucho tiempo después de la muerte de su patrón, en su propia agonía.
Se dice que cuando la criada contó
lo ocurrido aquella noche, muchos
empezaron a buscar el tesoro, logrando encontrar el lugar, pero en cuanto hacían por escarbar al momento escuchaban balazos y gritos aterradores, que erizaban la piel del más valiente, otros veían un resplandor con la figura de un toro, que brillaba cual cubierto de oro, rodeado por seis velas que de pronto se abalanzaba contra ellos.
Lo cierto, que hasta hoy en día, nadie ha podido desenterrar las monedas de oro y las joyas.
Fuente:
Eduardo Lomelí Contreras
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