Un hombre tuvo un ataque cardíaco y todos lo dieron por muerto. Amortajaron el cadáver, lloraron las plañideras, prepararon los funerales y avisaron al sacerdote.
Pero no había fallecido, y cuando despertó, del susto de verse en un ataúd, volvió a desmayarse. Los asistentes llamaron a médicos y forenses, que dictaminaron:
-No había muerto, pero ahora sí que es un auténtico difunto.
-Se puso en marcha el cortejo fúnebre, y cuando ya estaba a punto de ser encendida la pira de incineración, aquel hombre se incorporó gritando:
-¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo!
-No puede ser -gritaron familiares, amigos y conocidos-. Se ha certificado que estás muerto, estás preparado como un muerto, y se ha procedido como si estuvieras muerto.
-¡Pero estoy vivo! -gritaba aquel hombre despavorido.
Uno de los asistentes reconoció a un notario entre los presentes y le solicitaron su opinión:
– Todo parece indicar que este hombre está muerto -dijo el notario-, pero, no obstante, se ha de proceder según indique la mayoría. ¿Está vivo o está muerto?
-¡Está muerto! -gritaron todos al unísono.
-Pues si lo han dicho los expertos y esa es la opinión de la mayoría, la conclusión es que está muerto, ¡que se encienda la pira!
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